Hace cuarenta y cinco años que nació. Tras los veintidós meses de gestación que necesitan los de su especie, con casi un metro de altura y unos cien kilos de peso, su cuerpo sintió el calor de la sabana africana y sus ojos vieron su luz y extensión por primera vez . El resto de hembras de la manada, presurosas, lo rodearon para darle la bienvenida, y cual saludo, tocaron con sus trompas su frente. Sin casi tiempo de nacido, rápido se incorporó, con sus patas listas para proseguir la marcha junto al resto de la manada. Él no lo sabía pero su nombre era Satao.
Aunque su madre lo amamantó durante sus cinco primeros años, ya desde los seis meses le tocó aprender cómo alimentarse también de la vegetación que estaba a su alcance. Pero, no fue esto lo único que aprendería imitando lo que su madre, hermanas, tías o primas hacían. Éstas le enseñaron qué rutas seguir para buscar el alimento y encontrar la tan valiosa agua, a cuidar su piel del calor, del sol y de los parásitos con baños de agua y de polvo, a ocultarse y pasar desapercibido entre la vegetación. Aprendizajes valiosos que fue adquiriendo y memorizando, y que, junto a la protección de la manada, le permitieron crecer y prepararse para el momento en el que le tocara andar solo o formar parte de una manada de machos.
Con tan solo tres años de vida, los colmillos de Satao empezaron a dejarse ver. Curiosa adaptación ésta en los de su especie, tan necesaria para su supervivencia como peligrosa por la atracción que genera en los de la nuestra. Su crecimiento se prolongaría a lo largo de su vida, y en Satao, además, adquirirían una notable envergadura. Su principal seña identificativa y el mayor reclamo hacia sus enemigos.
Satao crece y le toca abandonar con doce años la manada donde se crió. Es ya un macho adulto y tendrá que enfrentarse a la supervivencia junto a otros machos. Está preparado, sus sentidos se han desarrollado a la perfección. Su vista, su sensible oído y tacto, capaces de captar infrasonidos, se complementan bien con el desarrollo de su imponente envergadura y su inteligencia.
Los años como elefante adulto van pasando. Satao se convierte en un gigante de casi cuatro metros y de grandes colmillos que casi rozan el suelo, todo un símbolo de la sabana africana. La experiencia acumulada le ha valido para reconocer cual es el mayor peligro que le acecha, los furtivos.
Otros elefantes han caído, sus cuerpos que él reconocía, habían sido mutilados para extraer los ansiados colmillos. Él mismo ha sufrido algún ataque del que ha podido escapar. Está claro, lo ha aprendido, vienen a por sus colmillos y es lo que tiene que ocultar cuando utiliza la vegetación para pasar desapercibido. Así lo aprendió y así lo hacía.
Cuarenta y cinco años de vida y descendencia en la sabana. Por dos veces mudó sus molares tras desgastarlos, la tercera iba a ser la última y entraría en la vejez, su ciclo natural se cumpliría. No le dieron ese tiempo.
Últimamente sobrepasaba los límites del Parque Nacional de Tsavo en busca de agua y alimento. Estos animales no entienden de nuestras líneas sobre mapas, ni tendrían porque entender. Por desgracia, la presión por la caza es mayor en esa zona, el peligro aumenta y el gigante Satao de enormes colmillos es el mayor de los trofeos.
Satao se recuperaba de un anterior ataque. Las heridas en su costado, causadas por flechas envenenadas, iban sanando, pero ya le habían tomado el pulso, ya sabían como alcanzarlo. El último intento no lo pudo evitar y no lo superó. Satao cayó, atravesado y envenenado por las flechas el pasado mes de mayo.
Ahí dejaron su gigantesco cuerpo, postrado sobre el suleo de la sabana, desfigurado por el precio a sus enormes colmillos. Ahí acabó la vida de Satao, el gigante elefante de enormes y brillantes colmillos.
Este ha sido mi modesto homenaje a este hermoso y emblemático animal, y a los otros que como él han sido víctimas del furtivismo, producto de la codicia del ser humano. La primera noticia de su asesinato la leí a través de un comentario en la página de Andoni Canela. Seguidamente, ví como aparecía en diferentes paginas, haciendo eco de tan triste circunstancia.
No he tenido oportunidad de conocer la sabana africana y de ver en libertad a estos maravillosos animales, y no he podido, ni ya podré, conocer a Satao (me hubiera gustado). Leer la noticia de su muerte me produjo una enorme sensación de pena y desazón.
Triste realidad que aún hoy el tráfico del marfil no se ha reducido, ni ha desaparecido, sino todo lo contrario, se ha doblado en los últimos siete años. El valor actual del marfil en el mercado negro supera al del oro, dada la gran demanda, lo que provoca una mayor presión de caza sobre los elefantes. En lo que va de año, en las inmediaciones del Parque Nacional de Tsavo, ya hay estimados 97 elefantes asesinados. En el conjunto de población de elefantes africano, el número anual de muertes a manos de furtivos puede alcanzar los 30.000. ¿Cuánto tiempo resistirá esta especie?
Es el sin sentido del ser humano, preferimos el coleccionismo o adorar figuras de dioses e imágenes religiosas hechas con el marfil obtenido de quitar vida, que sencillamente admirar lo que la Naturaleza es capaz de crear.
Aún así, espero que la muerte de Satao no pase desapercibida y despierte alguna conciencia, que no haya sido en vano.
Os dejo los enlace a la noticia e informaciones en las que me he basado para crear este artículo:
Mark Deeble (A wildlife filmmaker in Africa)